jueves, 26 de marzo de 2009

El hombre de traje en la azotea

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No podía creer que lo había logrado.  Estaba por fin sentado en esa reunión de directorio a la que sólo había llegado 10 minutos tarde, lo suficiente sólo para perderse los saludos y las conversaciones sonsas de quienes llegan a la hora.  Su primera reunión de directorio, estaba grande ya, a pesar de no ser demasiado viejo.  Ahí estaba con los líderes de la empresa definiendo tantos destinos en una sola mesa.

La reunión se le iba casi por completo tratando de equilibrar sus ganas de participar y su tino para aceptar que era su primera reunión y quizás debía irse con más calma.

Había trabajado tanto para llegar ahí.  Cuántas noches en vela leyendo informes, haciendo otros, desarrollando planes, y tantas otras cosas que ya daban igual. Hoy estaba en su primera reunión de directorio.  Y pasaban los minutos cuando de pronto, por el ventanal imponente de la sala de dirección se podía apreciar en la azotea de la ventana de enfrente, un hombre de traje sentado en el borde de ésta. Estaba lejos es cierto, pero incluso desde esa distancia pudo apreciar además que el hombre le miraba, es más, le miraba con una cara de compasión inmensa.  De ahí en adelante todo cambió, la reunión casi desapareció, sólo estaba él y el hombre de traje en la azotea del otro edificio.

Era muy incomodo tratar de concentrarse, mas cuando un extraño le miraba a tanta distancia, con una tristeza tan grande, que le calaba los huesos, aun cuando no lo mirase directamente.  Sabía que su mirada estaba ahí y que al menos antes que terminase la reunión no podría hacer nada para evitar esa situación.  Pero como todo en la vida, la reunión de pronto se terminó.  Nuestro ejecutivo sabía lo que debía hacer.  Le dio de reojo la última mirada a ese hombre de cara tan familiar y tan distante que le miraba desde lo alto.  Salió de la sala, y del piso y posteriormente del edificio.  Esa mañana hacía frío, y el sin darse cuenta había salido sólo con la chaqueta del traje, así que se subió el cuello de la chaqueta y caminó con las manos en los bolsillos a un ritmo suficientemente rápido para darse la tranquilidad de que él había tratado por todos los medios de enfrentar a ese hombre.

Ya en el otro edificio decidió subir por la escalera los 18 pisos que tenía hasta la azotea. Y así fue, subió a buen ritmo pero dosificando lo suficiente para no auto-eliminarse por subir las escaleras corriendo. Paso a paso se fue acercándose a la azotea, hacia el destino, hasta que salió por una puerta pequeña hacia el plano de concreto.  Lo primero que pudo reconocer fue que el edificio hace mucho tiempo no era usado más que para bodegas varias.  Se encandiló un poco al salir a la luz, pero rápidamente vio su edificio, vio inmediatamente su ventana, vio rápidamente que había una reunión en la sala de directorio.  Lo que no encontró por ninguna parte fue al hombre de traje.  Y así su atención fue capturada por la reunión que se desarrollaba y a la que él no había sido invitado. Poco a poco se fue acercando al borde donde hace un rato según él estaba el hombre de traje, hasta alcanzar exactamente esa posición.  Desde ese lugar se veía perfectamente la reunión.

El aire faltó inmediatamente al ver que dentro de la reunión estaba él mismo, como había estado hace una hora atrás, con su traje nuevo, con sus ganas de participar, con sus manos nerviosas jugando con el lápiz.  Pero el aire sencillamente desapareció  de sus pulmones cuando pudo analizar lo cansado que se veía el dentro de la sala, cuán demacrado estaba, cuántos años habían pasado, cuántas canas habían sobre esa cabeza.  Y casi lloró, y no pudo más que mandarle una mirada de compasión a aquel que desde la reunión parecía observarle.  Y la pena subía. Qué había sido de todo ese tiempo. Sólo podía recordar documentos, proyectos, medidas y tantas otras cosas que desde esta altura parecían sin sentido. Las llagas del tiempo ya estaban en su cara, y la nieve había caído en su cabeza blanca.  Qué había sido de los amores que quedaron atrás. 

Después de haber llorado un rato, mandar las última miradas compasivas,  y mirar cómo se cerraba la reunión mientras él mismo salía de ella, sólo con el traje, supo lo que debía hacer. Y dio un paso adelante.

 

La imagen de Juan Díaz Almagro en http://juandiazalmagro.blogspot.com

miércoles, 25 de marzo de 2009

Ganador

Salió de la oficina agitado hasta más no poder.  Era la una de la tarde, no podía salir antes de la hora de almuerzo, aunque ya no importaba, el trabajo ya no importaba.  Como todo ese verano el calor arreciaba, mas para él aquel día y a esa hora, daba igual.  Sus problemas habían desaparecido.

Con el Kino en el bolsillo de su camisa, corrió a las oficinas centrales de la Lotería. ¡Cómo corría ese hombre! ¡cómo disfrutaba de esa carrera!, parecía volar cada vez más alto mientras recordaba todos y cada uno de los problemas que el premio le solucionaría.  La verdad, no tenía restricciones vitales en su vida, pero quería estar tranquilo, quería olvidarse sólo por unos días de tantas cuentas, de tantos dividendos que faltaban, de tantos colegios, tantos y tantos dolores.

Casi no sentía el calor, incluso sin haberse sacado la corbata, esa de cuatro mil nueve noventa que tanto le gustaba.  Y mientras volaba por las calles del centro, sobrevolando las Agustinas, las Ahumadas, Los Teatinos, y tantas otras, soñaba con qué iba a hacer primero con el dinero.  No sabía si iría a su trabajo, a decirle a su jefe que se meta el trabajo ahí justo donde creía que el mundo debía besarle siempre. Hasta se reía.  ¿Un viaje? No, muchos viajes. Había tanto en el mundo por ver, tanto por conocer, tanto, y en este momento tenía tanto ahí alojado en el bolsillo de su camisa.

Qué felicidad. Tanta felicidad.  Así llegó al portal de las oficinas donde se cobran los grandes premios.  Respiró muy profundo, quiso componerse, incluso arreglarse un poco el cabello.  Metió una vez más la mano en el bolsillo, casi con los ojos cerrados.  El mundo se detuvo en ese momento, necesitaba mirar nuevamente ese cartón que cambió su destino desde hace veinticinco minutos. 

Con qué alivio miró que el calor y su sudor había borrado nuevamente los números del cartón.  Se recompuso como se recomponía en ese portal hacía meses, saludó amablemente al portero, como lo hacía cada día, y enfiló al metro, preguntándose qué haría cuando llegara el invierno y ya el calor no arreciara. Qué pasaría si llegaba un día al portal con un cartón con sus números intactos.

ejecutivo